miércoles, 12 de agosto de 2015

EL AFECTO EN LOS NIÑOS

Afectividad emocional de los niños

 

 

La afectividad en los niños:

La expresión afectivo hace referencia a la necesidad que tenemos los humanos de establecer vínculos con otras personas que nos ayuden en la supervivencia y nos proporcionen estabilidad emocional y seguridad. Al nacer desprotegidos, necesitamos a los adultos para cubrir las necesidades básicas, como el abrigo, la comida, la bebida y el descanso. Por ello, la naturaleza nos dota del “instinto maternal”, a partir del cual se creará el primer vínculo afectivo: el apego.

Tipos de apego en los niños:

Existen diferentes estilos de apego –seguro, ansioso ambivalente y evitativo y dependiendo de cuál se adopte y de su calidad, el grado de seguridad del niño variará, tanto con respecto a él mismo (en términos de autoestima) como con los demás (en términos de confianza). Gracias al apego, el niño aprenderá a querer, a besar, a acariciar, a reconocer sus sentimientos y los de los demás, a expresarlos, a superar los fracasos sin que ello afecte a su estabilidad emocional; en resumen: a vivir de forma positiva.
Seguro: El niño no se muestra especialmente alterado por la separación de la persona objeto de apego y, al volverse a reunir, se siente bien junto a ella.
Ansioso ambivalente: Después de la separación, el niño muestra reacciones de rechazo y aproximación hacia la persona objeto de apego.
Evitativo: El niño, tras la separación del objeto de apego, evita a dicha persona y parece sentirse mejor con otras menos próximas.


Afectividad positivaLa afectividad positiva




El estilo de apego seguro es el más adecuado para el desarrollo de la afectividad positiva e implica:

 1. Dar autonomía al niño poco a poco. No hay que sobreprotegerlo, pues entonces podría establecer una actitud ante el mundo insegura y temerosa, con lo que en el futuro tenderá a ser introvertido, con una autoestima más baja y tal vez extremadamente dependiente de otras personas. Tampoco es recomendable darle demasiada autonomía antes de tiempo, porque podría sentirse abandonado, y esto facilitará su falta de confianza en los demás y hará que tienda a mantenerse distante en las relaciones.

2. Enseñarle a reconocer sus emociones y sentimientos. Para ello es importante ser paciente y tratar de no anticiparnos a lo que él pueda estar sintiendo. Si antes de que el niño muestre cualquier emoción, como alegría o dolor, nos anticipamos y ponemos remedio, estaremos limitando su capacidad de aprender a diferenciar la gama de emociones y sentimientos. Es preciso mantener la calma y, antes de actuar, esperar a que sea él quien exprese sus deseos.

3. Enseñarle a manifestar las emociones y sentimientos de manera adecuada. En la primera infancia, el niño aprenderá a mostrar la afectividad a través de las caricias, el contacto visual, la cercanía, la adaptación del lenguaje y la modulación de la voz. Según vaya creciendo, estas pautas disminuirán y la comunicación verbal tomará el protagonismo. Los padres deben ir modificando y adaptando todas las formas de expresión de afecto a la edad del niño, pero no dejar de utilizar aquellas que fueron fundamentales en la primera infancia puesto que son importantes para que él sepa también comunicarse de manera no verbal.

4. Enseñarle a controlar la expresión de afectos y mostrarle estrategias eficaces para el logro de sus deseos. Los padres deben reforzar aquellas conductas que sean adecuadas, a través de mensajes verbales como “muy bien, hijo” y expresiones no verbales de afecto como besos, abrazos o caricias.
Si el niño adopta una conducta inadecuada y los padres desean modificarla o eliminarla, deben tratar de no acceder a sus peticiones ni focalizar su atención en él, pues entonces reforzarán que en el futuro siga utilizando la estrategia inadecuada que, seguramente, no le funcionará con otras personas, lo que le hará sentirse mal. Los padres tienen que mantenerse tranquilos y esperar a que el niño se relaje para explicarle cómo podría haberlo logrado, de modo que vaya incorporando nuevas estrategias sin necesidad de que su autoestima baje. No debemos olvidar expresarle afecto para que, a pesar de que no haya sabido actuar de manera eficaz, el niño siga sintiendo estabilidad emocional.

5. Enseñarle a superar la frustración. Si los padres no consideran oportuno ceder a las peticiones de su hijo, no tienen que sentirse culpables, ni tener miedo a “crearle un trauma”. Muy al contrario, le estarán dando la oportunidad de aprender a superar los fracasos. A lo largo de su vida, tendrá que enfrentarse a numerosas frustraciones y, si desde niño incorpora estrategias para superarlas, lo hará sin que ello afecte a su estabilidad emocional. Pero tampoco hay que ser demasiado duro. Si el niño nunca recibe nada de lo que solicita, aunque la estrategia sea adecuada, reforzará su desconfianza y se sentirá culpable o indefenso ante sus fracasos.

6. El juego y el deporte son actividades que, además de proporcionar placer, alegría, satisfacción y desarrollar la imaginación, permiten descargar tensiones y aprender estrategias para garantizar el equilibrio emocional. Disfrazándose, jugando con marionetas o recreando situaciones de la vida adulta, el niño aprenderá a configurar su propia identidad, a distinguir sus emociones, pasiones, sentimientos y a mostrarlos a los demás.

7. Actuar de modelo para los hijos. Los padres deben recordar que el aprendizaje por observación es una herramienta muy potente y que el niño incorporará con mayor facilidad las estrategias que se utilicen en la familia. Padre y madre han de expresar sus emociones, sean positivas o negativas, de manera adecuada y controlada y mantener la calma en situaciones de tensión.








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